“Ser víctima” o “hacerse la víctima”: dos realidades que conviven
Zuriñe González Sánchez
Esta semana os traigo un fenómeno que, aunque minoritario, supone un gran problema por su repercusión no solo en el caso concreto sino en el conjunto de la sociedad: las denuncias falsas.
Un ejemplo lo podemos encontrar en el ámbito de la violencia de género, en el que desde el 2009 se han detectado 121 falsas denuncias (muy por debajo del 1% del total de denuncias). De este dato se puede extraer una lectura positiva y otra negativa, ambas igual de importantes.
La lectura positiva es que es un número ínfimo respecto al total de denuncias verdaderas y que, por tanto, el número de personas que intentan sacar provecho de ello es muy bajo. Sin embargo, son 121 casos a los que se les ha dedicado muchos recursos, mientras otras denuncias verdaderas se quedaban a la cola esperando su turno (pudiendo ser muy tarde para ellas).
Además, el hecho de que haya casos en los que se ha visto que realmente no había habido ningún episodio de violencia de género y que era simple venganza, puede crear la duda de cuántos más hay detrás. Aquí el fondo de la cuestión y lo realmente grave es la falta de respeto, consideración y reconocimiento hacia las verdaderas víctimas y sus familias, que pasan auténticos infiernos y que si denuncian no es para dejar a sus agresores sin dinero, sino para salvar sus propias vidas (y las de sus hijos e hijas en muchos casos).
Estas denuncias falsas por episodios de violencia de género o, incluso, abusos sexuales a sus hijos/as, sin ser frecuentes, son una realidad esporádica con la que distintos/as colegas de profesión han tenido que lidiar en temas relacionados con divorcios y custodias.
Otro ejemplo lo encontramos en los delitos contra el patrimonio, especialmente en los robos con fuerza e intimidación. No he encontrado datos concretos que nos ayuden a hacernos una idea de la magnitud, pero una vez más mientras que las verdaderas víctimas lo pierden todo, hay otros/as listillos/as (autoproclamadas “víctimas”) que con tal de obtener dinero mediante indemnizaciones o seguros llegan todo lo lejos que haga falta.
Tal es así, que la Policía Nacional en un intento de paliar este tipo de denuncias, sobre todo respecto a los delitos contra el patrimonio (hurtos y robos), que como ya vimos en un post anterior (“2020: atipicidad criminal”) son miles y miles al cabo del año, han puesto en práctica desde el 2018 una aplicación informática llamada “Veripol”, que detecta los escritos de denuncias falsas en aras a la optimización de los recursos.
Esta herramienta policial en realidad hace un cribado para ver qué denuncias perseguir y qué denuncias archivar o cerrar por falsas, para lo cual al final también se destina tiempo y recursos. El hecho de que las entidades tengan que hacer uso de este tipo de herramientas, como ciudadana y como profesional, me genera una profunda reflexión sobre hasta dónde somos capaces de llegar, qué vallas nos saltamos y todo lo que pisamos en el camino.
Todo ello en paralelo a las estafas económicas que se esconden detrás de llamamientos solidarios a la donación de dinero para la cura de niños/as con cáncer o casuísticas análogas. Al final son personas que, aprovechando las donaciones desinteresadas ante verdaderas situaciones trágicas, crean historias con plataformas similares y engañan a la sociedad aprovechándose así de nuestro altruismo y sacando beneficios altísimos.
Al igual que lo decía con las víctimas de la violencia de género o de los robos, no seamos tan mezquinos/as y crueles, pensemos un poco más en el daño que estamos generando a los demás; no creemos más gérmenes que ya tenemos suficientes con los que lidiar.
Dejemos las entidades creadas para la detección e intervención, así como para la protección, que trabajen y destinen todo su esfuerzo a aquellos casos que realmente han ocurrido; dejemos el rol de víctima para quien verdaderamente lo es y quisiera no haberlo sido nunca.
Es triste que hasta la palabra víctima, dependiendo del contexto, tenga distinto significado y distinta connotación, pero por encima de eso que una sea “perjudicial” para la persona (“ser víctima”) y otra sea “beneficiosa” para la misma (“hacerse la víctima”).